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San Isidro y la medalla

El año pasado, tal vez por estas fechas, conocí a Carolina. Rápidamente sentimos simpatía mutua gracias a nuestro gusto por las hermandades y ese mundo tan singular para tantas cosas. Me contó su devoción por San Isidro –el santo, como ella le llama entusiasmada constantemente- y me dijo que algún día me encargaría una pintura.


Pasaron unas semanas y volví a recibir sus mensajes. Esta vez ya no me hablaba como una chica normal sino en nombre de la Congregación de San Isidro de Naturales de Madrid a la que pertenece y en la que desborda todo lo que es. El encargo me dejó clavada en el teclado: querían que ilustrase un pequeño librito sobre la vida del santo destinado a los niños madrileños aprovechando el IV Centenario de la Canonización y su Año Santo Jubilar. El pasmo no fue menor. Nunca había recibido algo tan complejo –recuerden que esta pobre que os escribe es autodidacta y aprende como mejor puede-. Mi impulso natural fue decir que esa labor sobrepasaría mis límites pero la falta de conocimiento se apoderó de mí y acepté con muchísima responsabilidad ese encargo.


El otoño del año lo pasado lo dediqué a leer la vida del santo, sus milagros, su matrimonio con Santa María de la Cabeza, la devoción que ha despertado en todo el mundo y todos los detalles que me ayudasen a enfocar la empresa de la manera correcta y presentar algo digno de tan importante congregación. En Navidad tenía el trabajo listo y las ilustraciones con la vida del santo entregadas. Me quedé tranquila al saber que todo estaba bien. Les había gustado y trabajarían el cuadernillos con mis ilustraciones.


En abril, cuando la Pascua del Señor nos aliviaba de una Cuaresma intensa, recibo un correo electrónico de parte de la Congregación en el que me anunciaban la concesión de la Medalla del IV Centenario. Si el día que me propusieron el encargo me quedé pasmada, en esa mañana de Lunes de Pascua no sabía cómo proceder. ¿Es posible que fueran tan generosos? Sin duda, el mérito está en sus corazones. Con todo mi apuro, acepté tal honor y preparé todo para viajar a Madrid el 29 de abril.


Esos días viví en grado mayor lo que es la generosidad. Mi querido Gilberto me acompañó en un ALSA desde Torrelavega recorriendo pueblo a pueblo la provincia de Burgos porque me equivoqué comprando los billetes. ¡Qué paciencia tuvo! Al llegar a Madrid, una de mis más queridas amigas me acogió en su casa de un modo tan cariñoso y desprendido que la sentí propia. Paula y su maravillosa familia los prepararon todo con tanto mimo que me sentí desbordada. Aún lo sigo pensando y meditando. Esa casa es una casa santa, bien lo sabe el Corazón de Jesús. El Señor estuvo tan espléndido que también quiso que Laura e Íñigo, un matrimonio joven –están esperando a su primera hija- en el que mirarse para aprender, fueran parte principal y pudimos compartir esa noche todos juntos su terraza. Los corazones grandes y abiertos se dan sin medida.


Otro que no se quedó atrás fue Andrés, mi primo favorito. Desde primera hora del sábado ya tenía sus mensajes con palabras llenas de cariño y eran el combustible necesario para ponernos en marcha y conocer los lugares más relevantes de la vida de San Isidro de la mano de Carolina. Visitamos su cuadra, donde hay una capilla preciosa, el Museo de los Orígenes y la Basílica, un templo que se me hizo familiar al ver un cuadro precioso de Santa Ángela de la Cruz cuando crucé el cancel de entrada. Pronto me buscaron acomodo y empezó la misa presidida por el Nuncio de Su Santidad en España, don Bernardito Auza, y cantada por una coral maravillosa.


Al finalizar, llamaron a los distinguidos por las Medallas. Entre ellos, el presidente del Colegio de Médicos de Madrid, organismos del Ayuntamiento, escultores, floristas, chulapos, y una ilustradora del norte de España que aún no entendía qué hacía allí. No niego que me emocioné un poco al pensar en la gratitud y en la generosidad de esas personas que no me conocían.


Han pasado dos semanas y aún sigo dándole vueltas a lo vivido. Fue excesivo porque no lo merezco, pero me siento tan feliz que ha supuesto un acicate para desempeñar mi trabajo al servicio de Dios y de todos los hermanos.


Gracias a todas las personas que están a mi lado. Gracias a todos los que estáis leyendo con suma paciencia y probada virtud estas muchas líneas. Gracias a los niños de Madrid por pintar las ilustraciones que con tanto mimo he preparado para ellos. ¡Gracias a Dios!


¡Viva San Isidro Labrador!


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